PAISAJES ATEMPORALES (REMINISCENCIAS DE BLADE RUNNER)
de Maurizio Sentieri

Hacer arte es probablemente una necesidad del hombre, de todos los hombres. El hacer arte es algo que es indiferente a las necesidades materiales, no tiene nada que ver con sobrevivir, hacer cualquier cosa para ganarse la vida o resolver problemas inmersos en lo real… es algo que es difícil de definir pero, en todo caso, con una dimensión humana como el lenguaje o la convivencia, compartir la comida… un marcador de la especie como las 23 parejas de cromosomas. El arte, por otro lado, casi siempre noblemente inútil, tiene siempre que ver con la belleza… después qué tipo de belleza es, cómo es o qué puede ser y sus significados es una materia en la que se pierden los críticos y los expertos, terreno pantanoso en el que es arriesgado aventurarse.
Luego está la acción estética – precisamente porque es inútil, porque tiene que ver con la belleza – es siempre evocadora, es decir, es siempre el motor de alguna sugestión, de una contaminación entre los numerosos planos en los que se divide nuestra memoria al igual que nuestra vida, motor de algo que nos aleja de lo real, que nos hace interrogarnos, que nos inquieta… La memoria ya… una película de los años 80 (muy vista también en los 90 y 2000 y también, ahora, convertida ya en un clásico), Blade Runner de Ridley Scott, describía una ciudad de Los Ángeles perdida en un futuro por algunos aspectos casi medieval, por otros contemporánea, o incluso a veces de ciencia ficción.
Una humanidad que trasudaba ansias y confusas esperanzas, que vivía en una ciudad densa y desconocida, perennemente inmersa en una niebla artificial donde más que en la trama y en los eventos, se revelaba ella misma como “habitante” de un paisaje atemporal.
En dicho paisaje y en aquellas atmosferas, el espectador flotaba, atraído a su pesar. El sentirse atraído por algo y, de alguna manera, inquietarse, creo que es el significado de cada acción estética lograda, es decir, cuando esa acción va más allá de lo bello, cuando por un momento te plantea preguntas (de las que no tenemos las respuestas)… Eso fue lo que significó para mí, por ejemplo, cuando de joven vi Blade Runner. Es curioso, pero he encontrado muchos aspectos de esas atmosferas en estos cuadros de Guido.
Una dimensión atemporal, como suspendida… pero, sobre todo, líneas y colores que, de alguna manera, consiguen interrogarnos, como cada acción humana a la que podemos llamar arte: una poesía, un tema musical, una expresión, el sonido de algunas palabras, un cuadro… Algo que dicen que, en el fondo, está siempre inconscientemente en las intenciones del artista.
No son en absoluto inconscientes la esencialidad, las líneas, los materiales ni los colores de las obras de Guido, consideradas en su conjunto como paisajes atemporales e inquietos que parecen plantearnos de nuevo preguntas sobre nuestro presente… al menos, en mi caso.
Naturalmente, no sé si era precisamente esta la intención de Guido pero sé que al igual que las palabras de una novela, es el espectador (lector) el que se convierte en cómplice del artista en ese afán por encontrar al final un sentido, cualquiera que este sea.